El glaucoma: el peligro invisible

El glaucoma es una enfermedad ocular crónica que poco a poco va desgastando el nervio óptico, y lo hace tan discretamente que suele sorprender a quienes la padecen. Por increíble que parezca, es responsable de buena parte de los casos de ceguera irreversible en todo el planeta. En España, ya casi un millón de individuos se ven afectados en algún momento de su vida. Sin embargo, a pesar de esta cifra, casi la mitad ni siquiera es consciente del problema debido a lo silencioso y sigiloso que resulta su avance. Lo realmente inquietante es que la pérdida de visión arranca en la periferia y se instala sin llamar la atención, motivo por el cual los oftalmólogos insisten en la importancia de los chequeos anuales si se quiere frenar su avance. Si nos descuidamos, el daño puede ser irreversible antes de darnos cuenta.
¿Qué es el glaucoma y por qué se le llama el "ladrón silencioso de la visión"?
Vista de forma sencilla, el glaucoma es una neuropatía óptica progresiva en la que las delicadas células del nervio óptico se deterioran de forma permanente. Esta estructura que tanto se esfuerza por llevar imágenes desde el ojo hasta el cerebro se ve así atacada por la enfermedad. Lo curioso es que, aunque mucha gente relaciona el glaucoma con una presión intraocular (PIO) elevada, no siempre ocurre de esa manera: hay personas con presiones consideradas normales que desarrollan la enfermedad, demostrando que el glaucoma no se puede encasillar tan fácilmente.
De ahí que se le apode el "ladrón silencioso de la visión". Y es que en el día a día, el individuo no nota nada fuera de lo normal. La visión periférica empieza a apagarse como una fotografía que pierde sus bordes, y el cerebro, cual hábil mago, disimula esas ausencias hasta que el daño es tan considerable que ya no hay puntos ciegos que encubrir. Para cuando los síntomas se hacen notar, los daños tienden a ser, lamentablemente, imposibles de revertir.

Tipos principales de glaucoma
Cuando uno habla de glaucoma da la impresión de que se trata de una sola cosa, aunque en realidad existen diferentes caras de la enfermedad. Entre todas ellas, dos tipos resultan las más relevantes para la mayoría:
- Glaucoma de ángulo abierto: Este encarna cerca del 80% al 90% de los casos. Piensa en él como un atasco gradual en el sistema de drenaje del ojo, la llamada malla trabecular, lo que lleva a que la presión aumente poco a poco y sin síntomas notorios. Suele afectar a ambos ojos y pasa casi desapercibido por años.
- Glaucoma de ángulo cerrado: Aunque es menos frecuente, este tipo no se anda con rodeos y tiende a ser bastante feroz. Ocurre de repente cuando el iris bloquea la salida del líquido, así que la presión sube a toda velocidad, causando molestias agudas como dolor intenso, visión borrosa, halos y en ocasiones incluso náuseas. Sin duda, constituye una verdadera emergencia médica.

¿Quiénes corren más riesgo de desarrollar glaucoma?
No todos jugamos con las mismas cartas. Aunque realmente cualquiera puede desarrollar esta enfermedad, existen condiciones que disparan el riesgo de forma marcada. Saber identificar estos factores resulta fundamental para la prevención y para ir por delante en la detección precoz.
- Edad avanzada: Sin duda, el paso de los años se convierte en el principal villano. Y es que en España, quienes superan los 65 tienen muchas más probabilidades, mientras que a partir de los 40 el riesgo empieza un crecimiento notable: a los 70, puede ser hasta ocho veces mayor.
- Antecedentes familiares: Si padre, madre o hermanos han lidiado con el glaucoma, las posibilidades de padecerlo se disparan entre 4 y 9 veces. La genética parece jugar aquí una carta muy poderosa.
- Miopía elevada: Aquellos con miopía alta, sobre todo a partir de las seis dioptrías, tienen el terreno abonado para desarrollar glaucoma de ángulo abierto, probablemente por alteraciones en la forma y estructura del ojo.
- Diabetes mellitus: Aquí, los desajustes en el azúcar y sus daños colaterales a los vasos sanguíneos complican aún más la salud del nervio óptico.
- Uso de corticoides: Al fin y al cabo, un tratamiento prolongado con estos fármacos, ya sean gotas, pastillas, cremas o inhaladores, puede elevar la presión dentro del ojo y dar lugar a lo que se conoce, de manera secundaria, como glaucoma medicamentoso.
- Otros factores: No hay que pasar por alto la hipertensión ocular, el factor modificable más importante. Además, lesiones en el ojo, cirugías previas o inflamaciones como la uveítis no se quedan atrás en la suma de riesgos.

¿Cómo se detecta una enfermedad que no presenta síntomas?
La detección del glaucoma no es sencilla porque se esconde en la rutina diaria y no da señales mientras avanza. De hecho, la única forma realista de pillarlo a tiempo es someterse a un estudio oftalmológico minucioso y periódico. Los especialistas recurren a varias pruebas complementarias, y la gracia radica en que ninguna prueba, por sí sola, resuelve el enigma: hay que combinar los resultados para tener certeza.
Estas son las pruebas más habituales que emplean los oftalmólogos, y la verdad es que forman el núcleo del proceso:
Prueba diagnóstica | ¿Qué mide? | Importancia en el diagnóstico |
---|---|---|
Tonometría | La presión intraocular (PIO). | Evalúa el factor de riesgo más conocido, la presión dentro del ojo, pero no sirve para descartar por completo el glaucoma si sale normal. |
Oftalmoscopia | El aspecto del nervio óptico. | Permite observar con detalle el estado del nervio, detectando signos de desgaste como el aumento de la excavación o la atrofia. |
Campimetría | El campo visual funcional. | Ayuda a descubrir zonas donde la visión periférica ya está disminuida, lo cual normalmente escapa por completo a la percepción del paciente. |
Tomografía de coherencia óptica (OCT) | El grosor de la capa de fibras nerviosas de la retina. | Aporta datos concretos y cuantificables sobre la pérdida estructural, en muchos casos incluso antes que los defectos visuales sean perceptibles. |
Por todo esto, lo recomendable es acudir a controles anuales a partir de los 40 años, y comenzar aún antes si existen antecedentes familiares. Solo así se puede pillar a tiempo a este enemigo tan silencioso.

¿Qué tratamientos existen para frenar el avance del glaucoma?
Todos los tratamientos contra el glaucoma apuntan, de manera inevitable, a reducir la presión intraocular. El objetivo es muy claro: evitar que el daño al nervio óptico progrese. La elección entre unos y otros varía según el tipo de glaucoma, cómo de avanzado esté y la respuesta que cada persona muestre en las revisiones. No existe un único camino, y el especialista va dando pasos según observa la evolución.
Tratamiento con colirios: la primera línea de defensa
Cuando hablamos de defensa inicial, los colirios se llevan la palma. Hay distintas familias de medicamentos en forma de gotas que colaboran bajando la producción del humor acuoso o facilitando su eliminación. La verdad es que suelen ser bien tolerados y representan el primer frente en la lucha contra la enfermedad.
- Análogos de las prostaglandinas: Se los considera el tratamiento estrella gracias a su eficacia (logran reducir entre un 25% y un 33% la PIO) y la facilidad de uso, ya que solo se aplican una vez al día. Eso sí, el enrojecimiento ocular puede aparecer como efecto secundario.
- Betabloqueantes: Ideales sobre todo cuando la presión no es muy elevada. Su función principal es reducir la fabricación de líquido y pueden disminuir la PIO entre un 20% y un 30%. No son recomendables para pacientes con asma o ciertos problemas del corazón.
- Inhibidores de la anhidrasa carbónica: Suelen usarse junto a otros fármacos y también bajan la cantidad de líquido intraocular.
- Agonistas alfa-adrenérgicos: Funcionan a través de dos mecanismos y frecuentemente se utilizan como complemento en tratamientos combinados.

Terapias con láser: una opción eficaz y segura
Muchas personas creen que el láser solo se reserva para casos especiales, pero lo cierto es que, cuando las gotas no dan el resultado esperado o causan demasiados efectos secundarios, el láser cobra un protagonismo merecido. Es un recurso que supone poco riesgo y puede repetirse si resulta necesario, lo cual siempre da opciones adicionales a los pacientes.
¿Qué es la trabeculoplastia láser selectiva (SLT)?
La famosa SLT es el tipo de láser más extendido. Emplea una luz de energía baja que estimula las células del sistema de drenaje ocular. Curiosamente, al hacerlo, logra que el líquido fluya mejor sin perjudicar el tejido sano. Se realiza de manera rápida, sin dolor y es lo bastante segura como para repetirse si la situación lo requiere. Los estudios más recientes indican que el 70% de quienes se someten a este procedimiento alcanzan años de control estable de la presión, algunas veces prescindiendo incluso de colirios.

Cirugía: cuándo es necesaria y en qué consiste
Cuando ni los colirios ni el láser logran mantener a raya la presión ocular, la cirugía toma el relevo, especialmente en etapas avanzadas o cuando la enfermedad resulta particularmente rebelde. Por lo general, estos procedimientos se consideran el último recurso, pero pueden ofrecer muy buenos resultados si están bien indicados.
- Trabeculectomía: Consiste básicamente en crear un nuevo canal de fuga para el líquido del ojo, permitiendo que se reabsorba bajo la conjuntiva. Con cifras cercanas al 67% de éxito tras un año, es la operación estándar en la mayoría de hospitales.
- Implantes de drenaje: Utilizados en casos complejos, son pequeños dispositivos o válvulas que desvían el líquido hacia un reservorio fuera del ojo, brindando control en situaciones de glaucoma difícil o que no responde a lo tradicional.

¿Puedo hacer algo para prevenir o ralentizar el glaucoma?
Evitar el glaucoma por completo es difícil, pero es cierto que adoptar ciertos hábitos saludables puede echar una mano para frenar la progresión y disminuir riesgos, siempre que se combine con el tratamiento prescrito. Aquí tienes algunas recomendaciones de utilidad:

Algo que no se puede olvidar por ningún motivo es que el glaucoma no desaparece tras un tratamiento puntual; exige vigilancia activa. Una vez que el diagnóstico se confirma, el paciente tiene que acudir a revisiones periódicas. El oftalmólogo va marcando el ritmo de las visitas, ajustando el tratamiento y comprobando mediante pruebas como la campimetría y la OCT si la solución funciona o si es necesario cambiar de estrategia. No todas las personas necesitan controles igual de frecuentes; la periodicidad se ajusta según la estabilidad y el riesgo de cada caso, pero sí es imprescindible el seguimiento constante para evitar que el daño se descontrole.
Por suerte, el pronóstico es bastante alentador si se detecta pronto y se sigue a rajatabla el tratamiento: más del 90% de las personas logran conservar visión útil de por vida, alejando la amenaza de ceguera. Al final, lo verdaderamente clave es no subestimar a este "ladrón silencioso" y acostumbrarse a que las revisiones oftalmológicas anuales se conviertan en un hábito innegociable, sobre todo a partir de los 40 años.